Según relata el notario italiano Gabriel de Mussis, en 1346 una gran epidemia de peste, que se había originado en el interior del continente, empezó a mermar las hordas del kan mongol que atacaba a los genoveses asentados en Caffa (Crimea). Los guerreros mongoles, con la piel amoratada, fallecían con rapidez entre fiebres súbitas y pútridos bubones (ganglios infectados), que crecían sobre sus ingles y sus axilas. Parecía como si la cólera divina hubiera desencadenado la epidemia sobre los infieles. “Los asaltantes colocaban los cadáveres sobre las máquinas de asedio y los lanzaban a la ciudad amurallada. Los cuerpos de los muertos fueron arrojados por encima de las murallas, por lo que los cristianos, a pesar de haberse llevado el mayor número de muertos posible y haberlos arrojado al mar, no pudieron ocultarse ni protegerse de aquel peligro. Pronto se infectó todo el aire y se envenenó el agua, y se desarrolló tal pestilencia que apenas consiguió escapar uno de cada mil”, e